"Nada es verdad, todo está permitido"
Hassan-i Sabbah

Un encargo, convertir un pequeño almacén a pie de calle en un estudio de tatuajes. El contexto, un programa muy amplio, una situación con muchas restricciones y un presupuesto reducido. Los deseos, una arquitectura de medios mínimos con una ambición máxima, conseguir el extrañamiento con los medios de la construcción cotidiana. 

La fachada quiere ser el proyecto.
La fachada en su estado original era un rectángulo alicatado de baldosas verdes de proporciones cuadradas con una puerta metálica situada en el centro. Había pertenecido lo suficiente a la calle como para mostrar sus marcas. Intervenimos sobre su opacidad introduciendo una mampara de vidrio y bastidor de tubo de hierro, una puerta, dos vidrios fijos y uno practicable. Su geometría no dialoga con lo existente. Al chocar contra el estado original, recorta baldosas y grafitis. La fachada existente se queda en parte, ahorrando costes. El resto se rellena con superficies de ladrillo que cambian de aparejo y de color. Toda la operación genera un patchwork de incertidumbres, ficciones de lo existente.

El mostrador quiere ser calle. 
El murete de ladrillo de la fachada hace un quiebro hacia el interior, sus ladrillos continúan el lenguaje del exterior, dividiendo el interior. Una pieza de madera alistonada de pino genera una superficie horizontal, completando el mostrador. Su altura enrasa con uno de los huecos de la fachada, entre este y la madera aparecen unas baldosas verdes garabateadas que un día fueron fachada. El interior y el exterior se funden.

La cabina quiere ser fachada. 
El mismo tubo de hierro que forma la mampara de la fachada se utiliza para construir esta caja, trasdosada con placas de cartón-yeso. Un espacio para ser tatuado con comodidad y privacidad. Esta cabina se completa con un zócalo de ladrillo, una puerta y un dintel de pletina de hierro. Este dintel se alicata con rasillas, que al encontrarse con la pared se pliegan formando un muro que hace de fondo para la zona del mostrador. Al ver la cabina desde el exterior del local la rasilla parece proyectarse fuera para dialogar con el ladrillo. 

La lámpara quiere ser rótulo.
Un espacio interior pequeño y alto, es una oportunidad, un lugar que tiene que ser conquistado. El tubo de hierro vuelve a aparecer, esta vez volando sobre la cabina y con dirección hacia la fachada, se inclina con la misma pendiente que la escalera. Se trata de un marco rectangular al que se han adosado luminarias estancas de tubo fluorescente. Una lámpara interior que por su tamaño y materiales parece pertenecer al exterior. Por la noche se convierte en un cartel, su potencia parece robar protagonismo al resto de locales que se encuentran cerca, proyectando el interior hacia el exterior.

Autores: Alejandro Londoño / Gonzalo del Val
Estructuras: Mecanismo SL
Constructora: Jesús López Reformas y Construcciones
Fotografía: Iker López
2014